día 10 / 25 de abril
VOLAR
Hay emociones que no se pueden explicar con palabras, acontecimientos extraordinarios que no entran en la razón. Ellos están movidos por hilos invisibles.
Ahmed es un niño de 11 años, un niño como tantos otros que han logrado escapar de la guerra.
Desde el primer día aquí me ha acompañado con su carita dulce, su silencio y sus pupilas perdidas en el infinito.
Ahmed ha sido el que me acompañó a los talleres que he ofrecido, el que fue conmigo de visita a otros campos improvisados que crecen como setas en todo el valle, el que me despejó las nubes en los días de impacto, el que me cogió de la mano y me llevó a conocer a su familia, el que abrazado a mí esta mañana ha llorado conmigo.
Cada tarde, al caer la noche, me pasaba por la casa de Ahmed para sentir la cotidianidad de su clan. He podido gracias a él ver cómo se teje el amor entre ellos, las caricias, los cuidados que se prodigan. He sentido la complicidad que huele a sisha con tabaco de manzana y café recién hecho.
Hoy toda la familia fue llegando para despedir a su nueva amiga.
Tal y como quedamos anoche, el padre haría volar a sus palomas mensajeras que cuida con esmero.
¡Linda, linda mira!
Me llama Ahmed.
El pequeño hombrecito ha subido al tejado de su humilde casa, está imitando a las palomas, tiene los brazos abiertos y el corazón apuntando al cielo.
Cierro los ojos y deseo ver a todos los niños y niñas volando muy alto, lejos de los campos de refugiados, de las guerras y el olvido. Volando allí donde son posibles los sueños.
Gracias mi niño Sirio por coger mi mano en tu vuelo.
Lidia Rodríguez.